¿Qué capricho del destino regaló un arco de oro a un niño que, incapaz
de guiarse por la razón, juega de forma indiscriminada con dos metales
sembrando amores traviesos y perniciosos olvidos? ¿Qué gran poder le fue concedido
a Cupido para que su hermano no consiguiera paliar los desastres que va esparciendo
y Júpiter, su perseguidor más furibundo, mordido quizás por una de las
fortuitas saetas, le otorgara el divino perdón durante aquel convite de bodas? ¿Qué
maternal frenesí llevó a Venus a dejar desprotegido al mundo del peligro de los
dardos arrojados por un chiquillo antojadizo y medio ciego?
El caso es que ese pequeño tirano nos maneja a su antojo, sin
arrepentimiento, sin culpa, él dispara y abre heridas, después nosotros y el
tiempo seremos los encargados de curarlas. Aunque creo que sus lanzamientos no
son todo lo aleatorios que parecen pues consigue ablandar el corazón de los
temibles o darles a tomar a los arrogantes su propio veneno; tal vez la venda
de Cupido no sea tan tupida como aparenta, quizás vea mucho mejor que nosotros
y conozca bien lo que hace y por qué lo hace; ya se sabe que los niños siempre
dicen la verdad, para quitarles esa terrible manía inventaron las escuelas
pero, por fortuna, los dioses no van a clase.